Visita a la casa del tío Marciano: un viaje al pasado
Marga, ataviada con sus vaqueros más viejos y una camiseta blanca con publicidad de Mirinda de los años ochenta, con evidentes manchas de polvo, fuma un cigarro recién liado. Está sentada en el escalón de la entrada de la casa de su difunto tío en Prádena. Se siente muy cansada y le duelen las manos y los riñones de mover tantos muebles.
💭 Joder, ya podían estar ayudándome algunos de los primos o de mis hermanos. Luego, seguro que todos van a querer ser los primeros en escoger lote. Pero vamos, que lo llevan claro. Poca cosa hay aquí que valga la pena.
De todas formas, ¿quién me manda a mi meterme en estos líos? Si viene el tasador, le abro y me marcho… Pues no, que nadie se preocupe, ya que voy, yo me ocupo de echar un vistazo, ver si hay cosas de valor que se puedan vender y con el resto hacer lotes de los recuerdos para repartirlos o mirar lo que se puede ir tirando… ¡Esto es trabajo para toda una cuadrilla!
No sé. Lo mismo mi madre y mis tías encuentran cosas que querrían conservar donde yo solo veo basura. Pero tampoco nos podemos eternizar. El de la agencia ha sido muy claro: para vender la casa, hay que vaciarla.
La verdad es que es más fácil decirlo que hacerlo. ¡Qué cantidad de cachivaches se puede llegar a acumular en una vida! Y total ¿Para qué tío Marciano? Para que ahora llegue una sobrina, que apenas te conocía, a decidir que todo se vaya a la basura. Y, desde luego, hay objetos que tuvieron que costar una pasta. Y otros que seguro que te llevaste de Alemania a Venezuela y luego a Prádena. Pero ni esos valen hoy nada. ¿Quién va a querer hoy una máquina de escribir electrónica Canon de los años 80? ¿Un museo? No creo. Y seguro que a ti te dio mucho servicio, pero hoy en día con los ordenadores…
Fíjate, lo que me da más pena tirar, son tus cartas. Tranquilo, no se las dejaré ver ni a mi madre ni a las tías. Creo que me las quedaré yo. Al final, el famoso misterio de tu soltería tenía la respuesta más obvia. Ellas, las pobres, nunca entenderán como un hombre tan guapo, cabal y con dinero como tú, nunca se casó. ¡Ay si hubieras vivido otros tiempos! Hoy en día habrías podido casarte con ese venezolano tan guapo.
Y mira, por un lado, me siento mal, entrometiéndome así en tu vida íntima. Pero por otro, veo que estoy empezando a conocer a mi benefactor. Sí, sí, mi benefactor. Tu herencia me está llevando por la calle de la amargura, pero tío, el dinerito que nos has dejado, me va a suponer una tabla de salvación. No es que salga de pobre, pero me va a dar para tener unos ahorrillos o aguantar una temporada. Bueno, todavía no sé cómo lo invertiré, pero me da una cierta tranquilidad en una época muy dura.
Seguro que creías que nos dejabas más, pero no, parece que no es tanto. El agente inmobiliario y el tasador que han visto esta casa, nos han bajado mucho los humos. Que si esta casa es un capricho con un mercado muy limitado… Que si es poco práctica… Los materiales son viejos… La caldera eléctrica es poco eficiente y cara…
Bueno, en parte, parece ser que es bueno que el tasador le ponga un precio bajo, así parece que será más fácil lo del permiso judicial para Carlitos. Pero espero que no sea un precio tan bajo como dicen. Según Maca, la abogada… (sí tío, hasta una abogada hemos tenido que contratar para tramitar este pequeño lío que nos has dejado…) Bueno, pues según ella, los agentes inmobiliarios, siempre tratan de que bajes el precio para vender rápido. Esperemos que sea eso. Ahora, con el piso de Madrid no nos han puesto tantos problemas. ¡Qué vista tuviste! Por lo que he visto en los papeles, compraste bien barato ese piso tan majo.
Esa es otra, por cierto. A ver qué nos encontramos allí. ¿No tendrás tantos trastos como aquí? Espero que no.
Por cierto, tengo que alabarte el gusto. A lo largo de tu vida compraste algunas cosas bien bonitas, sobre todo algunos objetos que parecen indios, supongo que de tu estancia en Venezuela. Y la casa la dejaste bien acogedora. Mira que desde fuera no lo parece. Supongo que tu vida debió de ser toda un poco así; no querías que nadie viera como eras en realidad.
Mira, he empezado quejándome y tengo que terminar reconociendo que este lío me está permitiendo conocerte, y resulta que me caes bien. Ahora me da pena no haberte frecuentado cuando estabas vivo.
Bueno, que ya me he terminado el cigarro y si sigo me fumo otro y no termino nunca. Solo una cosa más; gracias, tío Marciano.